La conmemoración del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza se remonta al 17 de octubre de 1987. Ese día, más de cien mil personas se congregaron en la plaza del Trocadero, en París, donde en 1948 se había firmado la Declaración Universal de Derechos Humanos, para rendir homenaje a las víctimas de la pobreza extrema, la violencia y el hambre. Los allí reunidos proclamaron que la pobreza es una violación de los derechos humanos y afirmaron la necesidad de aunar esfuerzos para garantizar su respeto. Desde entonces, personas de toda condición, creencia y origen social se reúnen cada año ante estas placas para renovar su compromiso y mostrar su solidaridad con los pobres.
En su resolución 47/196, la Asamblea General invitó a todos los Estados a que dediquen el Día a presentar y promover, según proceda en el contexto nacional, actividades concretas de erradicación de la pobreza y la indigencia.
«Como dijo en 2002 el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, «la pobreza es una negación de los derechos humanos» de cada persona. De hecho, la pobreza es doblemente indignante. No solo conduce a la privación, el hambre y el sufrimiento diarios, sino que además impide el disfrute de los derechos y libertades fundamentales de que todo ser humano debería poder gozar sin obstáculos.
Esta 20 Semana para la erradicación de la pobreza llega en un 2024 convulso, fuertemente sacudido por la guerra y las violencias de todo tipo, un año en el que la paz y los valores democráticos a nivel global y local, necesitan más que nunca ser refrendados por una ciudadanía comprometida, movilizada y crítica capaz de cambiar esta realidad generando empatía y cooperación entre los pueblos y las personas.
Se ha cumplido un año de la última escalada de violencia de Israel en Palestina, que ha hecho temblar al mundo y a la que la ciudadanía cántabra ha respondido con movilizaciones con unas demandas claras: la paz como único camino y la imperiosa necesidad de que el Derecho Internacional Humanitario, el derecho internacional de los derechos humanos y el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil sea respetado, sin excepción. Junto a Palestina, y ahora Líbano, no podemos olvidar los conflictos que se extienden en el tiempo como Ucrania, Sudán, Sáhara Occidental o el Sahel. La realidad es que el planeta sufre el mayor número de conflictos desde la Segunda Guerra Mundial y millones de personas ven sus derechos más básicos cercenados. Los discursos belicistas, las ya tangibles consecuencias de la emergencia climática y el retroceso de derechos, han hecho que el número de personas desplazadas en el mundo alcance su cifra más alta de la historia; más de 117 millones, según ACNUR, siendo la mayor parte desplazadas internas.
Una realidad en la que es más necesaria que nunca la empatía y la cooperación entre pueblos, a pesar de que las organizaciones que trabajan por la defensa de los derechos humanos estén sufriendo en multitud de países como Nicaragua, Perú, Guatemala, Hungría, Paraguay, Palestina, Sáhara Occidental o Tanzania una persecución política, precisamente por su trabajo.
Se ha creado un caldo de cultivo perfecto para quienes quieren hacer proliferar las narrativas de odio, y el miedo se convierte en una herramienta potente de desinformación masiva, que se nutre muchas veces de la apatía e indiferencia de quienes callan ante estas lógicas discursivas. Ante esto, de nuevo, la paz, la justicia social y la solidaridad son los valores que deberían acaparar las portadas de los medios; esos principios que han edificado las sociedades modernas, en los que creemos y sobre los que queremos seguir trabajando. Los datos de la última encuesta del CIS, de septiembre de 2024, lanzan un mensaje esperanzador, pues más del 70% de las personas encuestadas aseguran que se deberían hacer mayores esfuerzos para ayudar a desarrollarse a las regiones que sufren mayores desigualdades. Frente a los esfuerzos de algunos sectores, la solidaridad sigue siendo una seña identitaria de España y de Cantabria.
Es desde ese prisma desde el que debemos reclamar una respuesta política a la altura de su ciudadanía, y el cumplimiento de las obligaciones adquiridas a nivel internacional, estatal, autonómico y local. Con un objetivo del 0,7% del PIB destinado a AOD para 2030, establecido en la Ley 1/2023 de Cooperación para el Desarrollo Sostenible y la Solidaridad Global y en legislaciones autonómicas, la realidad de los presupuestos autonómicos dedicados a la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) en este 2024 es un vertiginoso recorte que pareciera amenazar con el desmantelamiento público de la cooperación. 10 de las 17 Comunidades Autónomas han congelado o recortado sus presupuestos destinados a AOD, la media del porcentaje destinado por las CCAA a AOD en 2024 se sitúa en el 0,12% y 6 de ellas destinan un presupuesto inferior al 0,06%. Situándose Cantabria, con un 0,11%, ligeramente por debajo de la media nacional.
Unas cifras poco alentadoras que deben motivar nuestra movilización como sociedad civil y ciudadanía activa para apostar por estrategias de incidencia y comunicación que hagan que el gobierno y los ayuntamientos de Cantabria adquieran mayores compromisos, a nivel presupuestario y político.
La voluntad social ha quedado manifiesta, y se refuerza en cada acto y respuesta de solidaridad ante las crisis que pretenden cuestionar la paz social; ha llegado el momento de que esa voluntad sea recogida por las autoridades públicas en forma de compromisos con una cooperación transformadora, con políticas que tengan como objetivo un desarrollo sostenible, que se consoliden desde los enfoques feministas, ecologistas y basados en derechos y paz; una cooperación que ponga en el centro la vida, entendiendo que vivimos en un mundo interconectado en el que, por tanto, necesitamos una mirada interseccional de análisis para hacer frente a las múltiples realidades existentes y a su impacto.
Los compromisos de las organizaciones que formamos parte de la Coordinadora Cantabra de ONGD y EAPN Cantabria son la solidaridad, los derechos humanos, la igualdad y la sostenibilidad de la vida y del planeta. Asumimos la responsabilidad que esto implica, también en nuestro trabajo diario para hacer frente a los desafíos de la transformación social.
Por ello, seguimos apostando por unas políticas sociales y de cooperación en las que creemos, que nos permitan acercarnos, organizarnos y contribuir a crear un mundo que no deje a nadie atrás.