El hambre no para de crecer: 828 millones de personas no tuvieron alimentación suficiente el año pasado

El número de hambrientos aumentó en 46 millones en 2021, según un informe de cinco agencias de Naciones Unidas. La inflación contribuye a que cada vez más población, además, no pueda permitirse una dieta equilibrada.

Fuente: El País Planeta futuro
Madrid – 

Se aleja la esperanza de un mundo sin hambre. La cantidad de personas que no pueden alimentarse dignamente creció en 46 millones de personas desde el año 2020, hasta situarse en 828 millones, según un informe elaborado por cinco agencias de Naciones Unidas publicado este miércoles. La pandemia ha tenido efectos devastadores en los números del hambre, pero la guerra de Ucrania amenaza con empeorar todavía más la situación, alertan los autores.

Las desalentadoras cifras salen del principal estudio global sobre hambre elaborado anualmente, El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022 (SOFI, por sus siglas en inglés), publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El panorama resulta desolador. Los Estados miembros de Naciones Unidas se propusieron en 2015, como uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), acabar con la inseguridad alimentaria para 2030, mejorar la nutrición y promover una agricultura sostenible. Pero el informe de este año estima que para esa fecha límite seguirán pasando hambre unos 670 millones de personas. Es decir, el 8% de la población del mundo, prácticamente el mismo porcentaje que cuando la ONU definió aquel objetivo de erradicarla. La cifra, además, está calculada teniendo en cuenta una recuperación económica mundial, una posibilidad cada vez más remota.

Con los datos actuales, las proyecciones apuntan a que, en 2022, unos 13 millones de personas más sufrirán hambre en el mundo debido a la guerra de Ucrania, y otros 19 millones más se sumarán en 2023 por el efecto del precio de los fertilizantes, de la energía y de las restricciones a las exportaciones de Rusia, apunta Máximo Torero Cullen, economista jefe de la FAO.

Si no conseguimos dar ayuda urgente los países más afectados, vamos a ver cada vez más gente no solo sufriendo hambre, sino muriendo

Dominik Ziller, vicepresidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA)

El informe publicado en 2021, antes del estallido de la guerra de Ucrania, ya ofrecía los peores datos de la década, y alertaba de un escenario especialmente desafiante debido a la incertidumbre producida por la pandemia. Ahora, el conflicto entre dos gigantes de la producción de cereal, semillas oleaginosas y fertilizantes asoma como gran nueva amenaza en esta crisis alimentaria. “Si no conseguimos proveer a los países más afectados de ayuda urgente, vamos a ver cada vez más gente no solo sufriendo hambre, sino muriendo de hambre”, asevera Dominik Ziller, vicepresidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), una de las agencias que firman el informe. “Estamos todos juntos en esto”.

Los números de la desigualdad son dispares por continentes. En África, el 20% de la población sufrió hambre en el año 2021, una cifra que cae el 9% en Asia o al 8,6% en Latinoamérica. En América del Norte y Europa, el número se desploma hasta el 2,5%.

Brecha por géneros y por continentes

Otro indicador también empeora: el de la inseguridad alimentaria, es decir, la incertidumbre de una persona de poder obtener alimentos. En 2021 afectó a unos 2.300 millones de personas en todo el mundo (350 millones más que antes del comienzo de la pandemia). Las mujeres salen peor paradas en este aspecto: el año pasado, el 31,9% de la población femenina mundial se levantaba sin saber si ese día comería, frente al 27,6% de los hombres. Esta brecha de género creció un punto respecto a las cifras de 2020.

Los más pequeños son otros grandes afectados. Unos 45 millones de menores de cinco años sufren de desnutrición aguda muy grave (emaciación), un mal que incrementa hasta 12 veces el riesgo de mortalidad infantil. Y 149 millones de niños padecen retraso en el crecimiento y en el desarrollo por culpa de tener una alimentación deficiente.

Unos 45 millones de niños menores de cinco años en el mundo sufren de desnutrición aguda muy grave

En Etiopía, por ejemplo, un país con 16 millones de menores de cinco años, la desnutrición aguda afecta a más de un millón de ellos, explica Inés Lezama, coordinadora del grupo sectorial de nutrición para Unicef en ese país. En lo que va de año, hasta el mes de mayo, la organización ha tratado 270.000 casos de desnutrición aguda grave infantil en sus centros. “Es más o menos un 40% de lo que podemos alcanzar”, subraya. Y las perspectivas son desesperanzadoras, admite. Ella, que lleva tres meses sobre el terreno, ha visto empeorar la situación “mes a mes”. Al impacto de la pandemia y a los efectos de la guerra en Ucrania se suman, formando una especie de tormenta perfecta, factores como las sequías, que golpean a un país muy dependiente de la agricultura y la ganadería de subsistencia.

Fenómenos climatológicos extremos como las sequías y las inundaciones, cada vez más frecuentes, son otra amenaza para las cadenas de distribución de alimentos, especialmente en países en vías de desarrollo.

Una cifra algo más optimista se cuela en el informe: en el mundo, casi el 44% de los bebés de menos de seis meses se alimentó exclusivamente de leche materna. Aunque el objetivo de la ONU es llegar al 50%.

La utopía de una dieta saludable

La frágil situación mundial afecta también a la calidad general de las dietas. Según el informe, casi 3.100 millones de personas no pudieron permitirse una alimentación saludable el año pasado. El número aumentó principalmente por los efectos de la inflación en el precio de los alimentos, según los autores del informe, acelerada a su vez por las repercusiones económicas de la pandemia. El número de personas con una dieta poco equilibrada subió en 112 millones respecto a 2019. La mayoría de ellos (78 millones), en Asia. De 2019 a 2020, esa misma región experimentó la mayor subida de precio de una dieta sana (4%).

Una de las principales propuestas del informe SOFI para aplacar esta crisis alimentaria es renovar las políticas agrícolas. “Necesitamos inversiones adicionales de los gobiernos en agricultura”, subraya Dominik Ziller, vicepresidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola. “Muchos países de África, América Latina y Asia no cuentan con un peso relevante del sector agrícola en sus presupuestos nacionales”.

Las soluciones al problema del hambre se ven condicionadas en este momento de crisis económica, reconocen los autores del estudio, en el que resulta difícil aumentar la financiación. “Pero se puede hacer mucho con los recursos existentes”, aseguran. La recomendación principal es que los gobiernos busquen formas de gestionar de forma más eficiente sus presupuestos, promoviendo la producción, la oferta y el consumo de alimentos nutritivos y saludables, ayudando de esta forma a mejorar las dietas del planeta.

El sector alimentario y agrícola, subrayan los expertos de Naciones Unidas, recibió de media al año unos 616.000 millones de euros entre los años 2013 y 2018. Pero ese dinero, en su mayoría destinado a apoyar a los agricultores de forma individual (con políticas de comercio, subvenciones fiscales…) “no solo distorsiona el mercado, sino que tampoco está llegando a muchos agricultores, daña el medio ambiente y no promueve la producción de alimentos nutritivos que conforman una dieta saludable”, advierten. El estudio destaca que la producción de arroz, de azúcar y de carnes de varios tipos son las industrias que más ayudas reciben, mientras que la producción de frutas y las hortalizas consiguen menores apoyos, especialmente en algunos países de ingresos bajos.

El complicado camino para reducir el hambre en el planeta, apunta Torero, puede suponer al fin y al cabo una oportunidad para el sector agrícola. “La agricultura había sido muy olvidada”, señala, “pese a ser el sector con mayor cantidad de pobres y con efectos directos en la reducción de la pobreza”. Uno de los retos es atacar las raíces del problema a la vez que se trabaja en reducir las emisiones contaminantes a la atmósfera. “Perdemos el 14% y desperdiciamos el 17% de la producción de alimentos del mundo, una gran contradicción en este contexto de hambre y cambio climático”, reflexiona. La pérdida de alimentos atañe a los proveedores en la cadena alimentaria, mientras que el desperdicio se refiere a proveedores de servicios alimentarios, minoristas y consumidores

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